Anne-Hélène Suárez: «La forma me importa mucho, no sólo por una cuestión estética, sino porque suele ser portadora de sentido».
El próximo lunes, 19 de febrero, celebraremos un nuevo encuentro del Club de Lectura Léete China en la Biblioteca Eugenio Trías. En este encuentro, hablaremos sobre el libro Un zoo en el fin del mundo de Ma Boyong y contaremos con la presencia de su traductora Anne-Hélène Suárez, galardonada con el Premio Nacional a la Obra de un Traductor en 2021. Como preámbulo a este evento, hemos tenido la oportunidad de realizar una entrevista con Anne-Hélène Suárez.
Aparte de dos cuentos de ciencia ficción, esta es la primera gran obra de Ma Boyong traducida al español. ¿Es cierto que has aprendido también mongol para esta traducción?
En mongol, sólo sé decir «Buenos días», «adiós» y «gracias». Es una lengua que no tiene nada que ver con el chino y que me habría gustado aprender durante mis estudios en París, pero no, nunca he aprendido mongol. Eso sí, para la traducción de Un zoo en el fin del mundo, hice infinidad de búsquedas para dar al lector la pronunciación de los numerosos nombres y términos mongoles que aparecen en la novela, y para eso me resultaron útiles mis conocimientos de ruso, ya que, en Mongolia exterior, se usa el alfabeto cirílico (en Mongolia interior, donde se desarrolla la novela, se usa la escritura mongola tradicional bichig, que desconozco por completo). En la novela, aparecían todos transcritos en chino, y, al tratarse de lenguas tan distintas, también en lo fonético, no me pareció de recibo transcribir el mongol en pinyin, de ahí mi prurito de exactitud.
En alguna ocasión has comparado la traducción con una labor detectivesca. ¿Nos podrías explicar el proceso que sigues en una traducción, en especial de chino clásico?
En realidad, no hay un proceso, sino tantos procesos como actos de traducción, incluso en la traducción de un mismo libro, ya que suele durar muchos meses, a veces años. En la mayoría de los casos, cuando se trata de traducciones de encargo, como la de Un zoo en el fin del mundo, los plazos de entrega no dejan tiempo suficiente para leer previamente la traducción, y eso hace que uno la aborde sin saber muy bien qué lo espera, de modo que, a la manera de un explorador que se adentra en la selva, va salvando dificultades a medida que aparecen y como buenamente puede. En mi caso, este primer proceso suele durar bastante, es el de las búsquedas, consultas, compilación de datos, etc. Una vez terminado el primer borrador, retomo el texto por completo y, además de cotejarlo con el original, acabo de resolver los problemas pendientes, por ejemplo los juegos de palabras, los poemas o canciones, etc. Y luego hago una última revisión estilística antes de entregar. Entonces, la editorial pasa mi traducción a un corrector, que propone sus enmiendas, me la devuelven, yo acepto -o no- las propuestas, y se pasa otra vez a un corrector, con lo cual, al menos teóricamente, se minimizan las posibilidades de erratas, omisiones, etc. En el caso de los textos clásicos, no suele haber un encargo previo, o por lo menos los plazos suelen ser más amplios y laxos, de modo que uno puede cotejar diversas ediciones originales, compilar comentarios, etc., para establecer el texto de partida. Personalmente, sólo uso ediciones en escritura tradicional, porque la escritura simplificada suele o puede omitir aspectos gráficos portadores de sentido o con los que juega el autor -conocido o anónimo-. Para cada frase o verso, cotejo las diferentes ediciones, incluso si he establecido la que me sirve de partida, para tener en cuenta todas las posibles variantes e interpretaciones. Si el texto ya ha sido trabajado por sinólogos de prestigio, también consulto sus opciones, para apuntalar las mías o, en caso contrario, citarlas y ofrecer al lector otras posibilidades hermenéuticas cuando puedan ser interesantes. La forma me importa mucho, no sólo por una cuestión estética, sino porque suele ser portadora de sentido, incluso aclaradora cuando haya diferentes opciones interpretativas, de modo que me esfuerzo en mantener, en lo posible, los paralelismos y un ritmo que, aunque no pueda ser el mismo que el del original, transmita sensaciones similares -dentro de lo que cabe- a las que transmite el original. También suelo informarme, siempre en la medida de lo posible, acerca de la pronunciación de la época, ya que la pronunciación actual está a veces muy alejada de la original, y conviene tenerla en cuenta para detectar juegos de homofonías, por ejemplo, o posibles resonancias que se pierden en pronunciación actual. Todo eso forma parte indispensable, como mínimo, del primer borrador, o de los dos primeros. Luego ya es relectura, mejoras estilísticas, etc.
«La forma me importa mucho, no sólo por una cuestión estética, sino porque suele ser portadora de sentido, incluso aclaradora cuando haya diferentes opciones interpretativas, de modo que me esfuerzo en mantener, en lo posible, los paralelismos y un ritmo que, aunque no pueda ser el mismo que el del original, transmita sensaciones similares -dentro de lo que cabe- a las que transmite el original.»
Eres traductora de francés (por ejemplo, de los libros de Fred Vargas), inglés, ruso o catalán, pero recibiste el Premio Nacional de Traducción en 2021 por tus traducciones de chino clásico y chino actual. ¿Con que traducción o idioma disfrutas más y cuál de ellas te parece más difícil?
Antes, en los años 80 y 90, traducía de más idiomas (del inglés y del ruso, aparte del catalán) y traducía también películas (guiones, o diálogos para subtitulado o para doblaje). Pero tanta diversificación me cansaba y dispersaba, de modo que, de forma natural, me fui concentrando en mis dos lenguas preferidas: el francés, que, junto con el castellano, es mi lengua materna, y el chino, que es la lengua a la que dediqué mis estudios universitarios (en París y en Pekín). Evidentemente, el chino me parece más difícil, por lo alejado de sus estructuras y su pronunciación, y porque no es, en absoluto, mi lengua materna. Eso no quita que la traducción literaria siempre sea difícil y que, incluso cuando se trata de lenguas cercanas, de lenguas más o menos latinas, se planteen siempre grandes dificultades al traductor, particularmente cuando hay juegos de palabras, poemas, canciones, etc. Me gustan mucho ambas lenguas y, cuando no hay mucha presión con los plazos de entrega, las dificultades del tipo de las que he mencionado, me suelen resultar estimulantes, incluso divertidas. Otra cosa es que el texto original sea plúmbeo o que esté escrito con los pies, eso aniquila el posible placer de traducir.
¿Cómo ves el panorama actual en España para los traductores de chino, tanto clásico como actual?
No muy halagüeño. Y lo dice una optimista de corazón. No es un buen panorama para ningún traductor literario, debido a que las condiciones de trabajo no sólo no han mejorado ni un ápice desde hace décadas, sino que han empeorado para la gran mayoría de los traductores. En lo que se refiere a la traducción del chino en particular, la situación nunca ha sido boyante, debido a muchos motivos que no cabe enumerar aquí. Uno de ellos es la falta de especialistas, en comparación con otros países. En España, no hay estudios reales de lengua y civilización chinas; por lo general, los estudios de Asia Oriental, o los de Traducción, no incluyen más que los aspectos más actuales de la lengua y la sociedad chinas, y dejan de lado los que cimentaron esa lengua y esa sociedad hasta entrado el siglo XX, y eso genera carencias considerables, tanto en el conocimiento de la lengua en sí como en el de los demás aspectos de la cultura china. Otros motivos tienen que ver con las prácticas editoriales, con el hecho de que todavía se es muy tributario de otras lenguas, como la inglesa y la francesa, y que sigan haciéndose muchas traducciones indirectas, además de las condiciones de trabajo de los traductores, las exigencias curriculares académicas y un largo etcétera.
¿Y qué podríamos hacer, tanto desde China como desde España, para que la cultura china tenga el tratamiento que recibe, por ejemplo, en Francia, con traducciones de autores clásicos, incluso raros, por parte de editoriales como Les belles lettres?
Desde mi punto de vista, los gobiernos deberían proteger, fomentar, promocionar y facilitar la difusión de la cultura de sus países, es necesario para su prestigio y una muestra de voluntad pacífica de entendimiento entre las diferentes culturas. Francia lo ha hecho durante mucho tiempo; España, no. Ni China. A pesar de los institutos Cervantes o Confucio, a pesar de las editoriales chinas en lenguas extranjeras, etc. Nosotros, los ciudadanos de a pie, no podemos hacer gran cosa, más allá de votar a favor de gobiernos que consideren la cultura como una baza importante en sus presupuestos y en sus relaciones internacionales, y ser más críticos y selectivos a la hora de elegir los libros que leemos, además de fijarnos en quién los traduce.
Desde un punto de vista personal, ¿por qué decidiste convertirte en traductora de chino?
No lo sé. Creo que porque siempre me gustó leer y escribir, y porque siempre me atrajeron las culturas lejanas. De pequeña, me gustaban mucho los libros de una colección francesa, creo que de Fernand Nathand, titulados Contes et légendes de…, los había de la Grecia antigua, de la China antigua, qué sé yo, y me encantaban, también por sus ilustraciones. De adolescente, me apasionaba la literatura rusa y devoraba los libros de Dostoievski y otros grandes autores; eso sí, los leía en francés. Y siempre me gustaron muchísimo las literaturas francesa y española. Lo del chino, me vino a los 18 años, en un momento en que no sabía muy bien qué dirección tomar. En espera de poder matricularme en una carrera que me permitiera estudiar antropología, en 1978 fui a la Escuela Oficial de Idiomas, en principio para matricularme en ruso, una lengua que me parecía que debía de ser bellísima. Al cabo de mucho tiempo de cola, llegué a la taquilla y vi que había que elegir una lengua A y una B. En la lista de idiomas disponibles, vi de repente el chino, y fue una revelación: decidí en ese instante estudiar chino, ruso de lengua B, y así seguí cuando más tarde, en el 81, fui a estudiar Lengua y Civilización chinas en la Universidad París VII (Jussieu), el ruso se quedó como optativa, porque el chino y la civilización china me apasionaron mucho más que la cultura rusa.
«Siempre me gustó leer y escribir […] siempre me atrajeron las culturas lejanas.»
¿Existe algún libro chino que crees que debería ser traducido al español, o que te gustaría traducir?».
No quiero dar títulos, pero diré que hay muchos libros importantes, conocidos o no, por traducir. Y otros por volver a traducir, porque las versiones que existen en castellano no son satisfactorias.
Suponemos que existe una gran diferencia entre traducir una novela actual como esta y poesía clásica china como la de Bai Juyi, Du Fu o Wang Wei.
Sí, son experiencias que no tienen nada que ver. La narrativa y la poesía poseen características muy diferentes, es evidente, en todas las lenguas que conozco. Y la lengua clásica, sin estar completamente desligada de la actual, también tiene estructuras y recursos muy específicos, como las tienen la «lengua clara» de la primera mitad del siglo XX y la lengua más actual.
También tienes un proyecto personal muy interesante relacionado con Du Fu, ¿podrías explicarnos por qué te parece interesante este poeta?
Ya en China, Du Fu es considerado como el mejor poeta de la historia, junto con Li Bai. Por otra parte, lo que me fascina de él es su increíble maestría en el cultivo de todas las formas poéticas conocidas hasta entonces y su tendencia a experimentar con esas formas, a tomarse libertades formales. Nada de eso se percibe en la traducción y, además, a estas alturas, probablemente parezca todo muy clásico, pero en chino me parece muy interesante, valioso y estimulante.
«Lo que me fascina de él (Du Fu) es su incréible maestría en el cultivo de todas las formas poética conocidas hasta entonces y su tendencia a experimentar con esas formas, a tomarse libertades formales.»